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"Mis plegarias atendidas me hacen dudar una vez más,
mis promesas incumplidas me hacen sufrir y renegar de mí".
PLEGARIAS ATENDIDAS / FANGORIA
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Tengo 23 años, no vivo en el D.F., no trabajé como operador de juegos en Reino Aventura, no estudié medicina en una universidad nice, no vivo con mi novia porque ni siquiera tengo una...
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¿Qué pasaría si, de repente, nuestro Yo de 8 años apareciera de la nada aquí, tal como ocurre en The Kid (Jon Turteltaub, 2000)?
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Creo que, con casi todos, lo mismo que en la película: una asquerosa frustración de los dos. Uno, por descubrir a la desconocida y extraña persona que va a ser él mismo; el otro, por el incómodo recordatorio de las fantasías y traumas infantiles, y por darse cuenta de que las primeras ya no existen, pero los segundos siguen muy presentes.
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El chiste no es discutir sobre la inocencia perdida y los sueños no realizados cuando curiosamente nos convertimos en aquello que menos imaginábamos, sino preguntarse qué demonios hace un niño de primaria planeando lo que va a hacer por el resto de su vida... si ahora mismo no sé qué va a pasar el año que viene.
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¿Por qué enseñarnos -y obligarnos- a inventar una imagen de nosotros mismos, sin tomar en cuenta el montón de factores que pueden volverla irrealizable? O peor, cuando la alcanzamos ya tenemos otra bola de ideas que hacen esa imagen obsoleta y entonces nos ponemos a perseguir otra nueva o mejorada.
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Y total, que así pasamos todo el tiempo, desilusionados, en espera de un futuro que nunca llega, porque claro, en ese momento se convierte en presente, del que nunca nos preocupamos, aunque hacerlo resultaría más efectivo.
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Porque aquí no hay finales maravillosos de Disney, donde las utopías e ilusiones de la infancia terminan por hacerse realidad... afortunadamente.
